El cansancio me venció y logré descansar aunque, cada vez que me paraba al baño, los perritos se alborotaban. Greta y Splinter hacían mucha bulla y yo iba al baño cada 2 horas.
En la mañana, la Tia me hizo desayuno y su hija, Sofia, se ofreció a mostrarme lo básico de la ciudad y algunas posibles habitaciones (aquí no se dice residencia, pues una residencia es un burdel).
El paseo fue largo he instructivo. Me enseño como orientarme y no perderme en la ciudad. Me llevó a ver varias habitaciones, me llevó al centro, a la plaza de Bolívar, al Chorro de Quevedo (donde se fundó Bogotá) y luego comimos alitas de pollo con cerveza.
El resto de los días, trataba de no estar en el apartamento para no molestar. Mientras esperaba por una entrevista de trabajo con un familiar de ellos y la entrega de mi cédula, caminaba a diario viendo posibles habitaciones. También, conocí los alrededores del barrio, estando al tanto de todo lo que estaba cerca.
Me entrevisté con la directora de un colegio para Paula y luego con quien sería mi primer jefe.
Este señor, muy ocupado y diplomático, es el esposo de una prima de mi esposa. Me ofreció ayudarme en todo, incluso me ofreció dinero si necesitaba. Luego lo estuve buscando para esa ayuda y nunca apareció. La condición para el trabajo era mi cédula legal y precisamente lo mismo me pidieron en una habitación que encontré. Tocaba esperar una semana para tener mis documentos y comenzar a trabajar y mudarme.
La cédula me la entregaron el 12 de noviembre, ese día me volví a entrevistar con el señor el cual me indicó que comenzaría a trabajar el 14 de noviembre. Me hicieron mi contrato, se lo pasé al dueño de la habitación y ese mismo día, comencé a trabajar y me mude, por fin, solo.
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