viernes, 9 de agosto de 2019

Bogotá. 1 noviembre 2018

Angy me recibió afectuosamente. Vive en el borde de un barrio muy parecido a lo que sería la vecindad del Chavo. Imagino que será así con edificios bajos, todos pegados, algunos con estacionamiento y otros no.
En la esquina, una pequeña panadería ya había abierto sus puertas y los primeros vecinos disfrutaban de un tinto (café negro) con un cachito o un pan hojaldrado. Antes de continuar debo aclarar que hay muchas palabras que aun no me aprendo. Aquí hablamos el mismo idioma, pero no el mismo lenguaje. De repente haré mención a alguna palabra conforme la vaya recordando.
Decía que algunos vecinos  (aquí todos se llaman vecinos) ya disfrutaban de sus tintos matutinos. Otras personas, en otros lugares, acostumbran a desayunar con platos dignos de un almuerzo. Me parece rico (siendo yo un tragón) pero pesado.
El edificio donde vive Angy queda sobre la panadería y se aprecia el olor a pan recién horneado todo el día. Edificios viejos de dos o tres pisos, con escaleras estrechas he inclinadas. Tuve que subir mis tres equipajes dos tramos de escalera.
Primera norma: no se puede hablar duro; las paredes son delgadas, los vecinos oyen todo y luego se quejan. Me sugirieron bajar el volumen de mi vozarrón.
El apartamento, sumamente acogedor, con dos habitaciones, un baño, sala, comedor y cocina. Yo, venia lleno de gases por el viaje, así que pedí prestado el baño. Al entrar me di cuenta que las paredes no llegaban al techo, por lo que mis sonoros peos se oirían claramente. Tuve que optar por tragármelos un rato, mientras me lavé la cara, los dientes y las manos.
Angy habla bastante y de todo. No puede uno aburrirse con ella. Me dio excelentes consejos y tips de como vivir en la ciudad.
Me brindó un rico desayuno y me propuso ir a ver posibles habitaciones cerca.
Para ese momento, ya mi mente y mis preocupaciones estaban activadas. Estaba sumamente cansado y quería establecerme, quitarme la ropa y descansar. Eso no iba a ser fácil.
No me había percatado de que aun era temprano y que casi todo estaba cerrado y algunos aun dormían. Así que tuve que bajar dos grados de intensidad y esperar a que todo despertara.
Primero, acompañé a Angy al centro comercial que estaba cerca. Ella iba al banco y yo a la casa de cambio para tener pesos para subsistir. Entre a un supermercado y no pude evitar emocionarme al ver toda la comida y licores y frutas y cosas deliciosas que vi.
Luego, fuimos a caminar para buscar habitaciones y la mayoría me rechazó por ser venezolano. Bienvenido a la realidad.
Me gustaba la zona y en verdad me hubiese gustado vivir allí, pero no había habitación disponible. Al menos,  no para mi. Y me comencé a angustiar.
Llamé a una amiga que había quedado en tenerme un sitio y me dijo que ya estaba ocupado.
Llamé a mi familia y les conté lo que estaba pasando...
No recuerdo si almorce o no ese día, tampoco recuerdo haber cenado, pero si recuerdo haber caminado muchas muchas cuadras. Llamé a muchos dueños y ninguno me hizo caso.  Mi última opcion ese día fue buscar un hotel donde pasar la noche.
Regresé al apartamento de Angy y le dije que dormiría en un hotel esa noche y que por favor,  guardara mis maletas mientras veía donde iba a mudarme.
Tomé otro taxi y me fui a un motel, a 10 cuadras de distancia,  con un cambio de ropa en un morral recién comprado.
El cargador del celular se había dañado, así que tuve que comprar otro nuevo. Gastos imprevistos.

El hotel era un tiradero muy fino. Mi habitación con una cama como de cartón era amplia con su baño y un tv de 40" donde proyectaban una película porno. Me gusta el porno, pero solo quería dormir.
Me di un baño de agua caliente y me tiré todos los peos acumulados. Me acosté y me dormi de inmediato. Serian como las 6:30pm.
Fin del primer día.

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